domingo, 1 de julio de 2012

Los enemigos de la Iglesia

Los enemigos de la Iglesia
Pocos días antes de la verbena de San Juan, el obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla, ya tenía lista la hoguera, que debía servir para quemar las críticas sobre las relaciones económicas entre la Iglesia y el Estado.
Nada que no sepamos y nada que no afecte al ciudadano.
Es lógico, pues, que los privilegios de la Iglesia estén en boca de propios y extraños.
Pero el obispo Munilla no lo ve así. Considera que la Iglesia está fuera de toda sospecha.
Y en sus declaraciones recurrió a los enemigos de la Iglesia, los cuales, de tanto mencionarlos, ya parecen de la familia.
La Iglesia de ahora es tan conservadora que ni siquiera se ha tomado la molestia de renovar el stock de enemigos.
Son los mismos de siempre. Sólo que más envejecidos. Pero igual de inofensivos que han sido siempre.
La laicidad sigue siendo la coartada para marcar distancias entre los laicos y los clérigos.
La diferencia está en el collarín de sacerdote, que ha recuperado protagonismo.
En cuanto a la secularización, ni siquiera es enemigo. Es una etapa de la historia.
La emancipación de la tutela de la Iglesia. Lo mismo que pasa con los hijos cuando se hacen mayores.
Se Van de casa, ¿qué quieres hacer?
Pero hay un punto, en esta cuestión, que se procura obviar: los curas secularizados.
No deben ser tan malos como queremos hacer creer, ya que, hasta el momento presente, no hay ninguno que haya sido acusado de abusos a menores.
De eso no se habla. No sea que alguien cuestionara el celibato.
Mejor que sigamos así, marginando a los clérigos secularizados, y a la vez lamentando la falta de vocaciones. Dios proveerá.
Entretanto, para evitar que la espera se haga larga, organizamos una nueva evangelización, que todo lo que tiene de nueva es que, en el texto de 30 páginas que debe marcar la pauta, no hay ni una cita del Vaticano II, y casi ninguna referencia al Evangelio.
Con estos peones, los anticlericales, que el obispo Munilla tiene en el punto de mira casi que son de sobra.
Deben pensar que, para desacreditar la Iglesia, nos bastamos solos. No hacen falta refuerzos.
Los refuerzos ya los tenemos: el obispo Munilla, por un lado, y el obispo Reig, por la otra.
El primero es llamado "el obispo que brilla", que rima con Munilla.
Y el segundo, el obispo "erre que erre", porque, palabra que dice, palabra que estropea.
Munilla se ocupa de mantener a raya a los enemigos de la Iglesia.
Y Reig, de mantener lejos de la raya divisoria los excluidos, que cada vez son más numerosos.
Al colectivo de homosexuales, hay que añadir las parejas de hecho, que de tantas que son es imposible contarlas.
Y todo lo demás, que también suma. Me refiero a los matrimonios separados, los divorciados, ya los que, tras una primera desgracia, han tenido la suerte de rehacer su vida con un nuevo amor.
O sea: que se han juntado. Y eso los separa de la vida comunitaria que tenían antes.
Pueden ser feligreses, pero no pueden considerarse admitidos.
La mesa eucarística les es vedada. Ante este panorama, me pregunto si la hazaña de Munilla-enviar a la hoguera las críticas y los criticones-, es un acierto o una solemne despiste.
Tal como están las cosas, es difícil saber si, en el futuro, no tendremos que recurrir a las mismas personas que condenamos a todo correr.
Basta que el Concilio sea el único en la historia que no ha condenado ningún error ni ningún hereje porque los anticonciliares de ahora no encuentren nada mejor que condenar a diestro y siniestro.
Salvo ajustarse al Concilio, todo es válido.
Diría que, de una manera u otra, los Munilla y los Reig intuyen que, en los años 60, los años que hicieron posible el Concilio, o ellos no serían como son o no habrían sido obispos.
Lo son gracias a la norma que impuso el papa Wojtila, y de la que preferimos no hablar, porque deja al descubierto el lado oscuro de Wojtila, y ya hemos convenido, tácitamente, que fue un gran papa.
Dejémoslo así. Pero la norma se ha de saber, dado que no ha sido revocada.
Está en vigor. Y no es otra que "báculo y mitra a cambio de lealtad personal".
Estamos hablando de la Iglesia de Cristo. Y la única lealtad posible es a Cristo.
La lealtad personal no tiene cabida. El Papa es el primero que se debe a Cristo.
Prometer lealtad a la persona del papa, pensando que la parte incluye el todo, es engañarse y engañar.
Esto es lo que hacen los regímenes totalitaristas, como el comunismo, que Wojtila tanto odiaba.
Y mira por dónde, la aplicó a la Iglesia. Los enemigos de la Iglesia no son externos. Están dentro.
Y lo que nos debería preocupar no son los "enemigos", sino la falta creciente de amigos.
Y olvidarnos para siempre de los enemigos. Nadie tiene más interés en mantener vivo al enemigo que el que vive de combatirlo.
Tal es el caso de la Iglesia, a día de hoy.

1 comentario:

  1. "La utopía de Jesús de una comunidad fraternal donde todos sean hermanos y hermanas, sin divisiones ni títulos (cf. Mt, 23, 8 y ss.) es sustituída por la mecánica del poder centralizado del clero que garantiza hasta el fin de los tiempos, así piensan los clérigos, la reproducción de los instrumentos de salvación.
    Sin embargo, el sueño de Jesús no ha muerto, transmigró a los movimientos espiritualistas, monacales, mendicantes y, de manera general, hacia la vida religiosa, pero también hacia el camino del seguimiento evangélico, de la devoción y de la búsqueda de santidad de los cristianos, reducidos a laicos, en sus diferentes estados de vida. En estas instancias no clericales, el poder se ejercerá como servicio participativo, reinará una democracia interna y las relaciones serán más igualitarias, sororales y fraternales.", Leonardo Boff

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